Guía de la Torre del Oro, Sevilla
Introducción
La
Torre del Oro de Sevilla se sitúa en el margen
izquierdo del
Guadalquivir. Junto con la Giralda, es el más famoso símbolo
de la ciudad. Su titularidad pertenece al municipio desde el año
1881, cuando fue cedido por la Corona. En 1936, éste lo traspasó
en usufructo a la Armada Española, y en los años 40
se acondicionó para instalar allí el Museo Naval de
Sevilla.
Esta modesta institución continúa abierta en las plantas baja y primera, y en ella pueden verse diversas piezas militares y civiles que manifiestan la importancia que tuvo el Guadalquivir en la historia de la ciudad, conformando una curiosa colección de objetos.
Debido a su importancia, ya en la segunda mitad del siglo XIX se intentó que el edificio fuese protegido, aunque su declaración de Bien de Interés Cultural no tuvo lugar hasta el año 1931.
La Torre del Oro es probablemente el mejor ejemplo conservado de arquitectura militar almohade en la Península Ibérica, aunque hay otros ejemplos que también son muy notables, como la Torre Redonda en la cerca de Cáceres, o la de Espantaperros, de la alcazaba almohade de Badajoz, que presentan una tipología parecida al ejemplo sevillano.
Datos históricos
La Torre del Oro es una torre albarrana que formaba parte de una coracha que unía el ángulo sur del Alcázar hasta el Guadalquivir, y que se encontraba reforzada por varios torreones, de los que se han conservado cinco con mayor o menor fortuna, siendo el mejor conservado y el más conocido la llamada Torre de la Plata.
Su construcción tuvo lugar en el año 617 de la Hégira (años 1220-1221 de la era cristiana), por el gobernador almohade Abu-l-Ula (1227-1233). Estos datos se mencionan en la crónica de Rawd al-Qirtas, del historiador árabe del siglo XIV Ibn Abi Zar, lo que la convierte en el único edificio sevillano de la primera mitad del siglo XIII cuya fecha de construcción está documentada. Unos años antes las murallas de la ciudad habían sido reconstruidas, y también se habían levantado dos muelles, uno a cada orilla del río.
Se encuentra emplazada en un lugar estratégico, que permitía la defensa de la ciudad, de su puerto y de las atarazanas, siendo además una avanzadilla del Alcázar. Aunque en la actualidad se accede por medio de una pasarela desde el paseo Colón que prácticamente se encuentra a pie de calle, originariamente la puerta de entrada se situaba a unos cinco metros del nivel del suelo, y sólo se podía acceder por medio del paseo de ronda de la desaparecida coracha. Varios cronistas de la época recogen que en el otro margen del río había otra torre de la que no ha quedado ningún vestigio. Al parecer, esta construcción además de garantizar la defensa del otro cauce, permitía la posibilidad de tender cadenas y maderos que controlasen la navegación de las embarcaciones.
Como curiosidad, en el escudo de la ciudad de Santander (Cantabria) se refleja la escena en la que una nave de la flota castellana pasa junto a la Torre del Oro, rompiendo las cadenas que le impedían el paso e introduciéndose en la ciudad.
Las leyendas en torno a su nombre
El nombre por el que se conoce a este edificio es una traducción del árabe, Borg-al-dsayeb, y así se conocía ya en época almohade, mencionándose con este nombre también en la Primera Crónica General de la Estoria de España de Alfonso X el Sabio (1252-1284).
Tradicionalmente se ha pensado que vendría de una desaparecida decoración de azulejos dorados, que describen varios cronistas de los siglos XVI y XVII, pero no han quedado vestigios arqueológicos que puedan probarlo.
También se ha pensado que podría estar relacionado con su cercanía a la Casa de la Moneda, o que quizás pudo utilizarse para almacenar el oro que llegaba de América en algún momento determinado. Tampoco hay ninguna referencia a esto en las crónicas contemporáneas. Desde hace unos años se ha venido defendiendo que la Torre del Oro era de color amarillo, y recientemente se ha demostrado que el reflejo dorado que le da este nombre en realidad se debía al brillo que producía la mezcla de cal y paja que le confería este color y quedaba reflejado en las aguas del río. Los restos de estos materiales se han descubierto en la última restauración acometida en el edificio, entre los años 2004 y 2005.
El cuerpo inferior
Se trata de un edificio de casi 37 metros de altura desde la rasante del muelle, en donde se diferencian hasta tres cuerpos en altura, siendo el tercero un añadido del siglo XVIII. Está construido en argamasa, con los ángulos y el basamento reforzados por sillería. Su planta presenta una forma poligonal, de doce lados. En el interior del cuerpo más bajo hay otra torre, de planta hexagonal, que sobresale por la terraza configurando el segundo cuerpo. Dentro de esta torre interior se sitúa la escalera que da acceso a la terraza. La estructura es similar a la empleada en los alminares de las mezquitas.
El espacio anular que forman estas dos torres en el cuerpo bajo forma tres alturas. Originariamente eran cuatro los pisos, pero a raíz del terremoto de Lisboa (1755), la estructura quedó muy dañada, y en 1760 se cegó la planta más baja, y además se construyó el último cuerpo, se abrieron cuatro balcones hacia el exterior, y se cegaron unas gárgolas de las que se han conservado algunos restos. Estos tres pisos están formados por espacios triangulares y cuadrados alternos, separados por arcos apuntados. Las salas se encuentran cubiertas por bóvedas de arista de ladrillo, mientras que la escalera está cubierta por trompas escalonadas de semibóvedas de arista.
En las dos terrazas de los cuerpos bajos hay almenas prismáticas con remate piramidal. Rematando el primer cuerpo se encuentra un pequeño friso de parejas de arquillos ciegos de herradura apuntada con una columnilla en el centro. Bajo los mismos hay diversas aspilleras, y vanos de medio punto. Debido al carácter defensivo del edificio, originariamente apenas debía de contar con ventanas, y éstas se fueron abriendo en épocas posteriores, cuando el edificio se destinó a otros usos. Los balcones que hay en los lienzos del cuerpo inferior se realizaron en 1760.
El segundo cuerpo
El
segundo cuerpo está construido en ladrillos, y es en realidad
la
prolongación del machón central de seis lados, que cuando
asoma al exterior se convierte en dodecagonal, conformando una estructura
similar que la inferior, pero más estrecha y de menor altura.
En su exterior se decora con un friso de arcos ciegos lobulados, que
alternan con parejas de arcos túmidos que descansan sobre finas
columnillas de ladrillo. Sobre los primeros se sitúan otros
de herradura.
Todas las albanegas de estos arcos tienen decoración de azulejos, aunque los que pueden verse en la actualidad no son los originales. En 1760 se cegó todo el interior de este segundo cuerpo, dejando tan sólo un hueco cilíndrico para albergar la escalera helicoidal que permite subir a la terraza. Esto impide que podamos conocer su disposición original, lo que ha dado pie a varias especulaciones. A raíz de la última restauración del edificio entre los años 2004 y 2005 se ha defendido que este cuerpo fue un añadido realizado unos cien años después durante el reinado de Pedro I el Cruel (1350-1369), basándose fundamentalmente en un análisis formal, y argumentando que su construcción originariamente obedecería a una especie de pabellón de recreo. Esta hipótesis es muy arriesgada, y ha recibido críticas por parte de algunos especialistas, que no la han aceptado.
El remate superior
El último cuerpo presenta un menor interés. Fue construido en el año 1760 por el ingeniero militar Sebastián Van der Borcht (ca. 1725-ca. 1787). Está construido en ladrillo, al igual que el segundo cuerpo, y tiene una estructura cilíndrica, decorada con arquillos ciegos de herradura y lobulados, y pequeños adornos colgantes, entre los que se abren unos óculos ovalados. La estructura se remata por una pequeña cúpula semiesférica, en cuyo trasdós hay azulejos vidriados de tonos amarillos.
Las intervenciones y restauraciones posteriores
A consecuencia de las frecuentes crecidas del río, y sobre todo por los devastadores efectos de varios terremotos, la Torre del Oro ha sufrido muchas restauraciones a lo largo de la historia. Estas intervenciones han tenido una fortuna muy desigual, hasta el punto de que algunas han llegado a modificar sustancialmente el monumento. La más conocida es la del año 1760, cuando se repararon los daños causados por el terremoto de Lisboa, y a la que ya nos hemos referido en epígrafes anteriores. A raíz del terremoto de Carmona, que tuvo lugar en 1504, se colocaron unas abrazaderas de hierro, con el fin de unir los sillares del zócalo, y otros elementos estructurales que quedaron gravemente dañados. La intervención de 1760 cambió sustancialmente la fisonomía del edificio, al añadir el cuerpo superior, y abrir los balcones de hierro en los muros del primer cuerpo.
Entre los años 1821 y 1822 se eliminó la coracha que unía la torre al Alcázar, y se eliminaron todas las construcciones que se encontraban adosadas al edificio. En esta época debió de repararse el muro que unía la construcción con la coracha. En el año 1870 el edificio se cedió en usufructo a la Marina, y un año más tarde se pensó en derribarlo, al no encontrarle utilidad, aunque afortunadamente la Academia de San Fernando pudo detener este propósito. En 1899 esta institución realizó una agresiva restauración, que está considerada como la segunda en importancia, después de la del siglo XVIII. En estas obras se repararon bóvedas y fachadas, con el propósito de instalar en el interior las dependencias de la Comandancia y Capitanía del puerto. Pero además, se sustituyeron los restos que quedaban de los azulejos primitivos del segundo cuerpo por otros que no eran fieles al color de los originales. De los capiteles del segundo cuerpo, al parecer tan sólo se salvaron tres, dos de los cuáles están en la fachada que se asoma hacia el río, y el tercero se encuentra en depósito en el Museo Arqueológico de Sevilla.
Ya en el siglo XX, el terremoto de 1969 dañó de nuevo la estructura del edificio, hasta el punto de que se llegó a temer por su derrumbe. Entre 1969 y 1971 se realizó una nueva restauración, que reforzó la estabilidad de los dos últimos cuerpos de la torre. En 1976 se acometieron algunas obras en el cauce del río, suprimiendo un muro, y construyendo los dos tramos de escaleras que rodean al edificio en la actualidad. Entre 2004 y 2005 se llevó a cabo una ambiciosa restauración, que devolvió el edificio a su esplendor original, y a raíz de la cual se aventuró la hipótesis de que el segundo cuerpo de la torre fue un añadido posterior.
La última intervención urbana ha tenido lugar muy recientemente, en el verano del año 2014, y ha consistido en talar algunos árboles de gran tamaño frente a la puerta de Jerez, creando una nueva panorámica urbana que realza el monumento, sin ningún obstáculo visual que impida disfrutar de él.
(Autor del texto del
artículo/colaborador de ARTEGUIAS:
Víctor López Lorente)