Crónica e imágenes del Viaje Guiado "Ruta de los Monasterios Altomedievales de Valladolid", el 05/07/14
Hace casi cuatro años que organizamos esta ruta de los Monasterios Altomedievales de Valladolid con éxito similar de asistencia. Nos parece lógico ya que en ella visitamos una serie de lugares no sólo atractivos por su belleza, sino también excepcionales por su antigüedad o singularidad.
San Cebrián de Mazote, Urueña, el Monasterio de la Santa Espina y Wamba fueron los destinos del viaje, ubicados en los modestos altozanos de los Montes Torozos. Y allí nos dirigimos partiendo de Madrid a la 8:30 de la mañana. Afortunadamente, este verano que le está costando hacer acto de presencia, nos obsequió con un día soleado y de agradables temperaturas.
La primera visita del día fue para el monasterio mozárabe del siglo X San Cebrián de Mazote, sin duda uno de los monumentos prerrománicos mejor conservados de España. Fue fundado por una comunidad de monjes exiliados de Córdoba a finales del siglo IX aunque el edificio es unas décadas posterior.
Su arquitectura, aunque ecléctica por contar con elementos de tradición paleocristiana, visigoda y califal, resulta un conjunto armonioso y elegante, especialmente por sus naves separadas por arcos de herradura y columnas de diversa procedencia.
A muy pocos kilómetros nos aguardaba la pintoresca y monumental villa de Urueña. La llegada desde San Cebrián de Mazote es del todo espectacular con la silueta de la ermita de la Anunciada en línea con el conjunto amurallado de la villa en lo alto del cerro.
En frente de la puerta norte de la muralla recogimos a Carmen, responsable de la oficina de turismo que amablemente nos acompañó y compartió las explicaciones técnicas.
La Ermita de la anunciada es un edificio singular en Castilla y León pues su arquitectura es genuinamente lombarda. Algo que en tal grado de pureza sólo podemos encontrar, dentro de España, en la zona de los Pirineos orientales.
Tanto al exterior como en el interior pudimos apreciar la austera monumentalidad de la iglesia y su armonioso escalonamiento de volúmenes rematado por un altísimo cimborrio de tradición bizantina.
Una vez en la villa, pudimos hacer un recorrido por sus calles y por el adarve de sus murallas desde donde se divisan las inagotables llanuras de la Tierra de Campos.
Antes de comer en el Mesón Villa de Urueña visitamos el Museo de Instrumentos Musicales de Luis delgado, una sorprendente colección de instrumentos de todo el mundo -algunos verdaderamente exóticos- incluyendo perfectas reproducciones de piezas medievales como un organistrum, fídulas, un rabel, etc.
A primera hora de la tarde marchamos al Monasterio de la Santa Espina, cenobio cisterciense del siglo XII fundado con monjes de Claraval y hoy convertido en Escuela de Capacitación Agraria.
En él se aúna un plácido entorno ajardinado muy cuidado con una arquitectura monumental variada que abarca desde lo románico, pasando por lo renacentista, hasta lo neoclásico.
Lo que más nos gustó a todos fue su iglesia, de dimensiones catedralicias y, especialmente, su armoniosa sala capitular que pertenece plenamente a su etapa medieval.
La última parada la reservamos para Wamba, la antigua Gérticos, ligada a la monarquía visigoda donde nos aguardaba la iglesia de Santa María, mitad mozárabe y mitad románica.
Por segunda ocasión en este viaje nos encontramos ante un edificio con importantes restos de aquella lejana época altomedieval del siglo X, con sus bóvedas y arcos de perfil de herradura muy acentuada.
El cuerpo de las naves que es románico de la época en que perteneció a la Orden Hospitalaria de San Juan de Jerusalén, y al igual que su interesante fachada occidental no desmerece de lo anterior. De modo que pudimos analizar la iconografía y simbolismo de sus esculturas de finales del siglo XII.
Al lado norte de la iglesia quedan restos de su antiguo claustro y dependencias claustrales, incluyendo una sala con su espectacular -y un tanto macabro- osario con cientos de esqueletos acumulados durante siglos.
Cumplido el itinerario previsto, iniciamos el regreso hasta Madrid, haciendo una parada en las cercanías de Arévalo para tomar un refrigerio.
Echaremos de menos estos sobrios parajes pucelanos tan ligados a la historia altomedieval hispana. Pero.. ¡Volveremos!
Gracias por vuestra compañía.