Crónica e imágenes del Viaje Guiado: Biblias pintadas en el Románico de la Montaña Palentina, 20 y 21 de octubre de 2018
Durante el fin de semana del 20 y 21 de octubre tuvo lugar la primera edición del Viaje Guiado ARTEGUIAS titulado "Ruta de la Biblias Pintadas en el Románico del Norte de Palencia y del Sur de Cantabria", un itinerario que nos llevó a descubrir algunas de las iglesias de dichos territorios caracterizadas por las decoraciones pictóricas de su muros interiores.
Se trata de monumentos que, pese a su indudable origen románico, en ocasiones por su propio hermetismo y por la dificultad de acceder a sus interiores, quedan fuera de las principales rutas turísticas eclipsadas por construcciones mucho más mediáticas y fáciles de visitar. Sin embargo, son obras de notable interés ya que nos permiten hacernos una idea de cómo serían en origen al interior la mayoría de iglesias medievales que visitamos en muchos de nuestros viajes.
Así pues, tal y como estaba establecido, iniciamos nuestra ruta en la Glorieta de Cristo Rey para, tras las pertinentes explicaciones introductorias y la reglamentaria parada técnica a mitad de camino, adentrarnos de lleno en la Montaña Palentina, la cual nos dio la bienvenida con un clima casi veraniego y que nada tenía que ver con la situación de lluvias que afectaban gravemente a otras zonas del país.
Nuestra primera parada tuvo como escenario la aldea de Revilla de Santullán, cuyo templo parroquial dedicado a los santos Cornelio y Cipriano conserva parte de su policromía interna original.
Sin embargo, la principal razón que justifica una parada en esta iglesia es su magnífica portada principal, la cual podría calificarse como una de las más valiosas del románico palentino, destacando en ella su perfectamente conservada escultura y, por supuesto, el famoso autorretrato del maestro escultor "Micaelis" que se plasmó a sí mismo trabajando en su obra, una de las piezas icónicas del románico de Palencia y que tantas portadas de libros y tratados ha protagonizado.
Desde Revilla y en un brevísimo trayecto llegamos a Barruelo de Santullán, principal población del valle en la que pudimos disfrutar de una reconstituyente comida.
Iniciamos la jornada de tarde adentrándonos en el corazón mismo de la Montaña Palentina a través de una pintoresca carretera que nos llevó a la localidad de San Cebrián de Mudá, cuya iglesia parroquial, no excesivamente llamativa al exterior, conserva en su espacio interno la primera "biblia pintada" de la jornada y que daba título al viaje.
Se trata de un tipo de pintura de carácter narrativo y concebidas para aleccionar al fiel de la época que en rara ocasión sabía leer. Su cronología se remonta a finales del siglo XV, y aunque se encuadren cronológicamente en época plenamente gótica, su estética recuerda bastante a los modelos románicos.
Desde San Cebrián de Mudá y tras la pertinente parada técnica en un agradable mesón de Rueda de Pisuerga, continuamos nuestro recorrido hasta la localidad de Barrio de Santa María, a cuya fotogénica ermita de Santa Eulalia llegamos tras un agradable paseo campero con un precioso atardecer como telón de fondo.
La ermita de Barrio de Santa María es una de las construcciones más fotografiadas de la zona tanto por el precioso entorno en el que se asienta, como por su buena conservación libre de aditamentos, dándose además el caso de que al interior también conserva pinturas medievales aunque, en este caso, sí de época románica.
Para rematar la tarde y cuando ya comenzaba a oscurecer, llegamos a nuestro último destino de la jornada, que no era otro que la iglesia de Matamorisca, también una gran desconocida para el turista habitual ya que, pese a su fácil comunicación muy cerca de la carretera general, apenas conserva restos románicos.
Sin embargo, su visita fue para nuestros acompañantes una de las sorpresas más agradables del fin de semana, ya que al interior conserva una de las colecciones de pinturas murales más interesantes adscribibles al taller del Maestro de San Felices, las cuales tuvimos la oportunidad de ir desgranando escena a escena.
Desde Matamorisca y ya anocheciendo, regresamos al autobús para poner rumbo a nuestro hotel en Reinosa para cenar y descansar.
La mañana del domingo amaneció invadida por una densa niebla, pero sin salir aún del hotel, esta levantó dejándonos un cielo totalmente azul y casi veraniego.
Dada su cercanía a nuestro hotel, la primera visita dominical fue la Colegiata cántabra de San Pedro de Cervatos, un monumento que si bien no conserva pinturas murales al interior, es de tal interés que no podíamos dejar de acercarnos a admirarla.
En su exterior, cuya belleza resaltaba aún más gracias a las primeras luces de la mañana irradiando sobre su cabecera, nos detuvimos comentando la riquísima colección de canecillos que la adornan, muchos de ellos de carácter erótico pero que, como pudimos demostrar sobre el terreno, la Colegiata de San Pedro de Cervatos es mucho más que el "románico erótico" que la ha hecho famosa.
Comentada la cabecera y su portada cargada de simbolismo, accedimos a su interior para admirar también los capiteles de su arco triunfal y de la arquería absidial.
Tras una parada técnica a la altura de Fombellida, nos adentramos de lleno en el Valle de Valdeolea, un pequeño vallejo cántabro limítrofe con tierras palentinas que, por su aislamiento y despoblación, ha conservado su patrimonio casi intacto.
Del elenco de monumentos de Valdeolea, elegimos para visitar la iglesia de Santa Olalla de La Loma, situada en un paraje realmente encantador y que, de no conocerse de antemano sus atractivos, cualquier viajero que pase frente a ella pasaría de largo dado que al exterior apenas ofrece elementos que den pistas sobre su pasado medieval.
Ya en el interior, dividimos en dos el grupo dadas las reducidísimas dimensiones del templo, pasando la mitad del grupo a admirar sus pinturas, y la otra mitad a un pequeño y contiguo centro de interpretación del valle en el que nos fueron expuestas diversas circunstancias históricas, sociales y etnográficas de la zona.
Desde La Loma en apenas 5 kilómetros aunque de nuevo adentrándonos en tierras palentinas llegamos a la aldea de Valberzoso, cuya iglesia parroquial de Santa María la Real, situada en la parte más elevada del caserío y accesible tras un breve paseo, fue otra de las sorpresas más agradables del viaje, ya que, pese a conservarse en muy buen estado, se encuentra fuera de la mayoría de rutas turísticas.
Tras Valberzoso, descendimos de nuevo hacia Reinosa para comer en un céntrico restaurante y emprender el viaje de regreso hacia Madrid, no sin antes y con intención de hacer más llevadero el trayecto de regreso, hacer una última visita al Monasterio de San Andrés de Arroyo.
Se trata de un monasterio cisterciense femenino aún habitado y gestionado por una comunidad de monjas. Allí, tras visitar la iglesia abacial, accedimos a su magnífico claustro, muy conocido por la delicadísima decoración vegetal de sus capiteles, especialmente uno esquinero que es una auténtica filigrana.
Una vez recorrido el claustro y alguna de sus estancias anejas como la sala capitular, salimos al exterior, y como no podía ser de otra forma, antes de marcharnos, no desaprovechamos la ocasión de hacer provisión de compras de productos de bollería elaborados por la propia comunidad en su obrador.
Desde San Andrés de Arroyo, tras la parada técnica reglamentaria a la altura de Medina del Campo, llegamos a nuestro destino en Madrid dentro del horario previsto.
Para quien no pudo acompañarnos en esta ocasión, recordar que este mismo viaje lo repetiremos en una segunda edición en las fechas del 27 y 28 de abril de 2019.