Ermita de Román de Escalante, Cantabria
Introducción
A
mitad de camino entre la villa de Santoña y la iglesia de
Santa María de Bareyo, la ermita de San Román
se levanta, solitaria entre fincas y praderías, a un par
de kilómetros al norte de la población de Escalante.
Son prácticamente nulas las referencias documentales que puedan aportarnos algo de luz sobre los orígenes de esta modesta construcción, si bien es cierto que, desde fecha muy temprana y sin hacer mención expresa a la advocación de San Román, constan en Escalante un par de establecimientos monásticos sufragáneos en primer término de Santa María del Puerto de Santoña y dentro de la importante órbita de San Salvador de Oña, de gran influencia en toda la Comarca de Trasmiera.
Exterior
De
enorme sencillez exterior, la hoy ermita de San Román de
Escalante es una modesta construcción de mampostería
con refuerzos esquineros en sillería que se estructura en
una sola nave cubierta de madera, un profundo tramo recto presbiterial
abovedado en cañón ligeramente apuntado y un ábside
semicircular rematado en bóveda de horno.
Sin
apenas alardes escultóricos externos, los únicos elementos
que rompen la austeridad de puertas hacia fuera se reducen a su
portada sur, de vano de medio punto conformado por siete dovelas
que descansan sobre cimacios decorados con motivos taqueados y de
entrelazo; y ya en la cabecera, una colección de 16 canecillos
bastante desfigurados entre los que se distinguen motivos zoomorfos
(cuadrúpedos, aves y algún pez) y alguna figura humana.
Interior
Ya
en su interior, ese clima de sobriedad que caracteriza a su espacio
exterior cambia radicalmente, presentándose ante el visitante,
como si los artífices se hubiesen querido reservar todo su
ingenio y fantasía para ello, uno de los conjuntos escultóricos
más originales de toda la región cántabra.
El paso de la nave al espacio presbiterial se aborda mediante un arco triunfal de medio punto doblado, del cual, la rosca externa apea directamente sobre las jambas mientras que la interna hace lo propio sobre interesantísimos capiteles que coronan sus respectivas columnas adosadas; la del lado del evangelio de fuste acanalado y la de la epístola entorchado helicoidalmente.
La cesta de la izquierda presenta bajo unos registros de volutas dos pares de felinos afrontados entre sí cuyas cabezas se aúnan justo en el vértice, quedando atrapados entre ellos unos esquemáticos personajes.
En
su capitel opuesto se reconoce perfectamente el tema del Descendimiento
de Cristo, apareciendo José de Arimatea tratando de desclavar
uno de los brazos de Jesús.
Otros personajes presentes parecen ser la Virgen con gesto compungido, Nicodemo recogiendo el brazo ya liberado y San Juan portando un libro y un incensario, acompañado de un acólito provisto de un hisopo en el que porta los ungüentos.
En la cara interna del capitel aparecen nueve cabecitas que podrían interpretarse como los Apóstoles o, simplemente, testigos de la escena.
El
arco de medio punto dovelado que marca la transición entre
el tramo recto y el hemiciclo absidial descansa sobre potentes capiteles
que vienen a coronar sendas columnas que emergen del banco corrido
que recorre todo el espacio cabecero.
Esculpidas sobre los mismos fustes y con restos de la policromía encontramos dos figuras casi de bulto redondo y de enorme interés que evocan instantáneamente la vecina iglesia de Santa María de Bareyo.
En el lado del evangelio se aprecia una magnífica talla de la Virgen con el Niño; mientras que, simétricamente dispuesta en el soporte del costado de la epístola, una figura masculina santificada con una cruz sobre su cabeza y un libro en sus manos.
Este
personaje ha suscitado diversas interpretaciones imposibles de corroborar:
desde que se trata de un santo, un monje o un apóstol; hasta
que podría identificarse como el propio San Román
que da advocación al templo o incluso San Benito.
El
capitel del lado izquierdo, coronado por un gracioso cimacio decorado
con un cuenco, un ave y una figura femenina caminante dispuesta
en horizontal, se cubre íntegramente a base de tubos huecos
que llegan a recordar a mocárabes. En la cesta opuesta encontramos
uno de los capiteles más reconocibles del templo, que no
es otro que el de la Matanza de los Inocentes.
Por último, el ventanal abierto en el hemiciclo absidial justo en el eje de simetría se configura mediante una doble arquivolta cuya rosca externa se decora a base de aves zancudas y billetes, y la interna con arquillos de medio punto. En los capiteles se aprecian dos cuadrúpedos afrontados de compleja identificación en el izquierdo, y tres medias esferas animadas con motivos vegetales y geométricos en el derecho.
En
resumen y a falta de soporte documental alguno que nos aporte pistas
sobre el origen de la ermita, puede extraerse a tenor de las características
de su escultura, íntimamente emparentada con la cercana Santa
María de Bareyo o templos de los valles burgaleses de Losa
y Mena, que la construcción de San Román de Escalante
pudo llevarse a cabo hacia los años finales del siglo XII
o primeros del XIII.
(Autor del texto del artículo/colaborador
de ARTEGUIAS:
José Manuel Tomé)