Ermita de Santa Coloma de Albendiego
Aclaración sobre el nombre de este monumento
La
ermita de Santa Coloma, aunque con la nave reconstruida en siglos
posteriores, constituye una de las muestras más brillantes
del románico de Guadalajara. Fue declarada Monumento Histórico-Artístico
en 1965.
El amante de la escultura y la iconografía románica nada de esto hallará en Santa Coloma. Todo es belleza y monumentalidad arquitectónica en estado puro, al gusto cisterciense tan imperante en tierras de Guadalajara en los siglos XII y XIII.
La ermita se sitúa a unos 400 metros de la aldea, rodeada de una alta arboleda y extensos campos de labor, en un lugar aislado e idílico junto al río Bornova.
Se sabe, por una carta del Obispo de Sigüenza Don Rodrigo, que en 1197 ya existía aquí una comunidad de monjes canónigos regulares de San Agustín.
No
es probable, sin embargo, que la actual iglesia se empezase a construir
antes del año 1200. Ya en el siglo XV, el templo proyectado
para tres naves se concluyó con una sola, de menos calidad
y material más pobre.
De estas fechas y de estilo tardogótico es la pequeña y austera puerta del muro meridional.
El vano esta rodeado por un arco carpanel, con decoración de flores tetrapétalas, que se prolonga hasta el suelo mediante molduras aboceladas y encapiteladas con motivos de hojas. Un guardapolvos ojival baquetonado lo trasdosa.
Exterior de la cabecera románica
La cabecera de la iglesia de Santa Coloma de Albendiego, plenamente románica, es de lo más exquisito del arte medieval guadalajareño. Podemos afirmar también, sin ánimo de exagerar, que es de las mejores del románico castellano en general.
Consta de tres ábsides, el central con planta semicircular y los laterales, más menudos, con testero recto. El tambor absidal central se articula mediante cuatro haces de columnas triples, mayor las centrales, que lamentablemente no se terminaron ni remataron con capiteles, quedando los fustes truncados.
En
los tres paños murales se abrieron ventanales rodeados de tres
arquivoltas, plana la primera y de baquetones las otras dos, apoyadas
sobre tres pares de columnillas con capiteles vegetales.
Cada vano está formado por bellísimas celosías de gusto oriental con variedad de trazados a base de estrellas, triángulos, círculos secantes, etc., combinados de tal manera que dan como resultado un conjunto de figuras geométricas destacadísimas. Varias de ellas parecen ser cruces de Malta, lo que apoyaría la hipótesis de la intervención de la Orden de San Juan de Jerusalén.
Los
canecillos de esta ábside son de perfil de nacela apenas acentuada.
Los ábsides laterales muestran muro plano y una extraña y original ventana cada uno, que coincide en sus formas con otra que se abre en el muro presbiterial del absidiolo de la Epístola. Su forma es de arco ajimezado, pero en lugar de columna central o parteluz, los arquillos laterales abocelados coinciden en un pinjante que lleva tallado en sus caras el sello de Salomón.
Dos columnas extremas con decoración vegetal muy estriada rematadas en volutas sirven de apoyos. En cada hueco interior se abren sendos óculos, con aberturas circulares y en forma de lágrima, rodeados por dos molduras circulares achaflanadas.
Interior de la cabecera
Aunque
con importantes revoques, la cabecera se conserva bien. El tramo recto
presbiterial tiene bóveda de cañón reforzado
con un fajón soportado por ménsulas. Sin embargo los
haces de tres columnas que soportan el arco triunfal y la entrada
al ábside hacen intuir que esta bóveda se proyectó
de crucería, sirviendo las columnas más estrechas para
recibir los nervios de dicha bóveda.
El tramo absidal es similar al aspecto que ofrece externamente, con tres ventanales profusamente decorados y columnas intermedias que sirven de apoyos para los nervios de refuerzo que coinciden en la clave del arco.
Pequeños vanos permiten la entrada a las capillas laterales, reducidos habitáculos soportados con pilares y capiteles, que se iluminan con los ventanales antes descritos.