Guía de la Iglesia de Santa María la Real de Sangüesa
Introducción
Situada a unos 45 kilómetros al sureste de Pamplona, la ciudad de Sangüesa es, desde época medieval, la capital de una de las cinco merindades históricas en que se dividía el antiguo Reino de Navarra, la cual se extendía por buena parte de los valles orientales lindantes con la vecina corona aragonesa.
Se levanta la ciudad en el margen izquierdo del río Aragón, cuyo cauce determina de manera decisiva su urbanismo y, en gran medida, también su historia; pues buena parte de su desarrollo como ciudad más importante de la Navarra Media Oriental vino dado por el puente que salvaba sus aguas y en torno al cual, fue creciendo Sangüesa como un importante cruce de caminos y enclave estratégico al constituir la puerta de entrada al Reino de Navarra del ramal aragonés del Camino de Santiago.
Apuntes históricos
Sin
embargo, los orígenes de Sangüesa se situaban no en
su actual emplazamiento junto al río, sino en lo que hoy
en día es la pequeña y encumbrada población
de Rocaforte, situada a unos tres kilómetros al norte del
casco urbano donde se erigía una fortaleza que formaba
parte de la línea defensiva del reino pamplonés
frente a la amenaza expansionista del enemigo musulmán.
Hacia el año 1090 el rey Sancho Ramírez concedió una serie de privilegios a "Sangüesa la Vieja" con el fin de asentar su población; una empresa repobladora que culminaría pocos años después su hijo Alfonso I el Batallador con la extensión del Fuero de Jaca (1122), por el cual, se facilitó la llegada de nuevos pobladores que, por decisión personal del monarca y una vez alejada la amenaza musulmana, fueron instalándose a la orilla izquierda del río Aragón, donde su padre tenía un palacio junto al puente.
Este nuevo emplazamiento, mucho más llano y accesible al abastecimiento, permitió un rápido crecimiento de Sangüesa, convirtiéndose en una de las ciudades más pobladas y prósperas del Reino merced también al poder de atracción del Camino de Santiago. En este contexto (1131), el propio rey Batallador donó la aún modesta iglesia de Santa María la Real, construida junto al puente en el propio solar donde su padre tenía un palacio, a la Orden de San Juan de Jerusalén, y es que por su vocación jacobea, entre otros servicios, fueron numerosos los complejos asistenciales para el peregrino que fueron estableciéndose en Sangüesa "La Nueva".
Tras este primer periodo de esplendor, a la muerte en 1134 de Alfonso I y debido a su controvertida decisión de dividir el Reino entre sus herederos, Sangüesa se convirtió en una codiciada plaza fronteriza con Aragón, por lo que el nuevo rey navarro García Ramírez además de paralizar su incipiente crecimiento, dotó a la ciudad de un cinturón amurallado defensivo.
Restablecida la paz a finales del siglo XII tras el reinado de Sancho el Sabio y a lo largo de todo el siglo XIII, continuaría el crecimiento urbano de Sangüesa hacia las vegas del sur, momento en el que, gracias además a su esplendor económico, fueron ampliadas o remodeladas las primitivas y algo obsoletas parroquias románicas, como fue el caso de Santa María Real.
La iglesia de Santa María la Real
Como hemos comentado, la iglesia de Santa María la Real se levanta en el extremo oriental de la ciudad, al mismo pie de la calle Mayor (o rúa de peregrinos) y junto al estratégico puente que, desde época altomedieval, salvaba las aguas del río Aragón.
Declarada Monumento Nacional desde nada menos que finales del siglo XIX (1889), se trata de una de las construcciones románicas más interesantes y fotografiadas de todo el románico navarro tanto por conservarse prácticamente en toda su integridad, como por constituir desde tiempo inmemorial un lugar de paso obligado para cualquier visitante de Sangüesa.
Presenta el templo una estructura de tres cortas naves de dos tramos cada una en el que la central es ligeramente más alta y ancha que las laterales. A continuación, un crucero no marcado en planta pero si resaltado por un cimborrio torreado da paso a una cabecera conformada por tres ábsides escalonados precedidos de sus respectivos tramos rectos y en la que, de nuevo, el hemiciclo central adquiere mayores dimensiones y profundidad que los laterales.
Fases de la construcción
Para la mayoría de especialistas, la construcción de Santa María la Real de Sangüesa fue llevada a cabo en cuatro fases principales:
La primera de ellas habría que contextualizarla a partir de 1131, año en el que, tal y como está documentado, el rey Alfonso el Batallador dona a la Orden de San Juan de Jerusalén los terrenos del palacio real de su predecesor para la construcción de la iglesia. Como solía ser habitual, las obras empezarían por la cabecera, de manera que es ésta la parte más antigua conservada de todo el conjunto.
La segunda etapa habría que contextualizarla aproximadamente en torno a 1160, cuando el maestro borgoñón Leodegarius desembarcaría en Sangüesa probablemente tras esculpir el sepulcro de Doña Blanca de Navarra (Nájera) para llevar a cabo las obras de la portada principal.
Al propio Leodegarius y adscribible a esta segunda etapa se le adjudica la autoría de algunos de los capiteles de la parte alta de la cabecera, de la cual es lógico pensar que sus obras irían ya bastante avanzadas.
Durante la tercera fase, a lo largo del último cuarto del siglo XII y quizás rebasando incluso el umbral de la decimotercera centuria, además de rematarse el friso superior de la portada, se procedería al cerramiento de muros, naves y bóvedas; dotando al templo de cierto aire fortificado debido a su estratégica posición junto al puente en un contexto de continuos enfrentamientos entre Navarra y Aragón durante el reinado de Sancho el Sabio.
Ya a mediados del siglo XIII se culminarían las obras con la erección del cuerpo de ventanas y el remate en chapitel del cimborrio en un estilo puramente gótico y, ya aproximadamente un siglo después, sería añadida al costado norte una nueva capilla dedicada a San Miguel y que taparía en parte la absidiola septentrional de la cabecera.
Cabecera
Como se ha dicho, las obras de Santa María la Real comenzarían por la cabecera, la cual se configura en tres ábsides semicirculares precedidos de tramos rectos y de los cuales, el central presenta mayor altura, anchura y profundidad respecto a los laterales.
El tambor central se articula en tres paños separados por dos gruesas pilastras prismáticas lisas que se proyectan desde la base hasta la altura de las cornisas, abriéndose en el centro de cada paño un ventanal de una única arquivolta baquetonada sobre columnas y capiteles decorados con motivos vegetales, animales y antropomorfos de probable influencia francesa.
Sobre ellos, en un registro superior y separado por una imposta taqueada, se abren tres óculos (uno por paño) por influencia posiblemente de la primitiva catedral románica de Pamplona; un esquema que se repite por ejemplo en el también navarro Monasterio de Irache.
Los ábsides laterales, de menor tamaño, repiten a una escala menor la articulación en paños separados por pilastras del tambor central, con la diferencia de que para estos se prescindió del cuerpo de óculos manteniéndose tan solo las ventanas.
Al interior, a través de un arco triunfal apuntado y doblado sobre pilastras se accede a la capilla mayor, conformada por un tramo recto cubierto con bóveda de cañón que da paso al hemiciclo absidial propiamente dicho, el cual queda hoy en día oculto por un retablo renacentista obra de Jorge de Flandes (1550-1570) pero que, gracias a una pequeña puerta, puede advertirse su articulación muraría original en tres cuerpos coincidentes con la configuración exterior.
En el registro central del muro interior del ábside principal se despliegan cinco arcos de medio punto sobre dobles columnas de los que los tres centrales enmarcan las ventanas visibles desde el exterior, mientras que los de los extremos, coincidentes con el tramo recto, quedan cegados.
Las absidiolas laterales, también accesibles a través de arcos triunfales doblados y apuntados, carecen de tramo recto, quedando estructurados en un zócalo, una línea de imposta taqueada a modo de separación, y un registro de arquerías (tres en el norte y cinco en el sur) a la altura de las ventanas.
Entre los capiteles que adornan las arquerías interiores de la cabecera triabsidal, además de varias cestas vegetales y animales talladas con exquisito gusto, destacan episodios figurativos como la Huída a Egipto en el ábside central, un avaro o el tema del Banquete de Herodes en la absidiola norte.
Los capiteles que coronan los soportes que separan el tramo recto presbiterial y el hemiciclo central propiamente dicho, bastante desfigurados en la actualidad, tienden a encuadrarse ya en una segunda fase constructiva, atribuyéndose al Maestro Leodegarius.
Sobre el maestro artífice de la mayor parte decoración absidial del templo correspondiente a la primera etapa de su construcción existen varias versiones, existiendo quien lo relaciona con el llamado Maestro de Uncastillo por su similitud con la decoración de la iglesia de Santa María de esa localidad de las Cinco Villas; y quien sin embargo le atribuye un origen francés hispanolanguedociano.
La portada
La portada de Santa María la Real de Sangüesa no solo es el símbolo más reconocible del templo, sino que su interés va mucho más allá hasta constituir por méritos propios una de las obras más conocidas del románico español.
Obra en su mayoría del ya citado Maestro francés Leodegarius tal y como el mismo quiso dejar documentado en una inscripción sobre el libro de una de las estatuas-columna de la propia portada, su construcción se encuadraría en la segunda fase constructiva de Santa María la Real, hacia aproximadamente 1160 e inspirada en la Catedral francesa de Chartres.
Orientada al sur y presentada sobre un cuerpo en resalte, despliega tres arquivoltas apuntadas que apean sobre otros tantos pares de columnas rematadas en capiteles figurados.
Las estatuas columna
En el frente de cada una de esas columnas fueron talladas en altorrelieve una serie de figuras: en el grupo de la izquierda desde el punto de vista del espectador, aparecen la Virgen María (con la firma de Leodegarius sobre el libro que sostiene), María Magdalena y María Madre de Santiago.
Frente a ellas, en el sector derecho, San Pedro, San Pablo y Judas colgado junto a una inscripción identificativa en la que se puede leer "Iudas Mercator", posiblemente como recordatorio y aviso a los mesoneros y estafadores que abusaban de los peregrinos en aquella época.
En cuanto a los capiteles, en el grupo de la izquierda fueron representados temas del Ciclo de la Infancia de Cristo, siendo perfectamente reconocibles los episodios de la Anunciación, la Visitación y la Presentación en el Templo. En el grupo de la derecha, entre dos cestas vegetales, fue representado el tema del Juicio de Salomón.
Las arquivoltas
Las tres arquivoltas apuntadas se presentan cuajadas de decoración con un "horror vacui" ciertamente barroquizante, apreciándose a lo largo de ellas diferentes personajes en disposición longitudinal que hacen referencia a los estamentos sociales (nobleza, clero y pueblo llano), a oficios del momento así como a alegorías más o menos explícitas del pecado.
El tímpano
Presidiendo la composición y sostenido por dos mochetas decoradas con un bóvido y un monstruo andrófago, se despliega un excepcional tímpano.
El dintel del citado tímpano aparece ocupado por una arquería en la que quedan individualizados la Virgen María con el Niño en el centro flanqueados por todo el Colegio Apostólico.
En el frente principal del tímpano apreciamos un Juicio Final inspirado en el Evangelio de San Mateo, apareciendo en el centro Cristo Juez sedente y bendiciendo rodeado de cuatro ángeles trompeteros. A su derecha (izquierda según el espectador), adaptándose perfectamente al marco curvo, dos filas de bienaventurados esperando pacientemente su entrada en la gloria.
En contraposición a los salvados, al otro lado de Cristo Juez y junto al tradicional pesaje de las almas por parte de San Miguel, aparecen los condenados, desnudos, en posición desequilibrada y siendo empujados entre seres demoniacos a unas enormes y terroríficas fauces de Leviatán.
Los relieves de las enjutas
Continuando con esa tendencia al "horror vacui", a lo largo y ancho de las enjutas fueron colocadas sin aparente orden y concierto casi un centenar de piezas labradas individualizadas con diferentes animales reales y fantásticos, elementos vegetales, motivos geométricos en entrelazo y escenas figuradas.
Aunque aquí no se puede ser exhaustisvo, citaremos algunas de las representaciones que por su buen estado de conservación son reconocibles:
A diferencia del resto del conjunto en el que sí se adivina un mensaje ordenado y aleccionador destinado al fiel; todas estas figuras de las enjutas, según la mayoría de especialistas, no respetarían ningún programa unitario y pudieron ser colocadas con posterioridad de manera arbitraria a base de piezas ya confeccionadas.
Se aprecian en ellas tanto la mano del propio Leodegarius como algunas ya atribuibles a la órbita del Maestro llamado de Biota, activo en tierras aragonesas (Zaragoza) o la propia Navarra (Tudela) y heredero del de San Juan de la Peña.
El friso superior
A este Maestro de Biota, ya en una tercera fase posiblemente encuadrable en la última década del siglo XII, le es atribuida la autoría del friso de doble arquería que corona la portada y en el que es representada una teofanía presidida por Cristo en Majestad flanqueado por el Tetramorfos, ángeles y por los apóstoles.
Torre cimborrio
Por último, otro de los elementos más destacados y reconocibles de Santa María la Real de Sangüesa es su torre cimborrio octogonal, levantada sobre el crucero en varias fases a partir de finales del siglo XII, de ahí el aspecto poco uniforme de sus tres cuerpos.
El primero de ellos, bastante corto y solo apreciable al exterior desde cierta distancia, queda abierto tan solo hacia el norte y el sur mediante sendos óculos bastante profundos debido al grosor del muro, así concebido para desempeñar también una función defensiva sobre el puente anejo.
El segundo cuerpo, levantado a mediados del siglo XIII en un depuradísimo estilo gótico, presenta ventanales de triple arquería apuntada con tracerías en cada uno de sus ocho lados, resaltándose verticalmente las aristas angulares con fórmulas vegetales naturalistas.
Por último, el cuerpo de remate almenado destinado a albergar las campanas, pese a ser lógicamente más tardío, presenta unas hechuras mucho más arcaicas que el anterior, abriéndose en cada frente uno o dos arcos apuntados sencillos. Corona la estructura una aguja o chapitel de cierto aire borgoñón.
(Autor del texto del artículo/colaborador
de ARTEGUIAS:
José Manuel Tomé)