Monasterio de Sant Cugat del Vallès
Introducción
Al
sur de comarca del Vallés Occidental, la hoy próspera
localidad de Sant Cugat se encuentra a escasos quince kilómetros
de la ciudad de Barcelona, separada tan sólo de ésta
por las escarpadas laderas de la Sierra de Collserola.
En el mismo centro de la localidad y sobre el solar en el que se asentaba la fortaleza romana de Castrum Octavianum, cuyos restos son aún perceptibles en el entorno, se yergue el magnífico Monasterio de Sant Cugat, uno de los más relevantes y señeros de Cataluña tanto por su dilatada historia como por su inmenso valor artístico, cuyo principal interés se centra, como más adelante veremos, en su soberbio claustro románico.
El conjunto monacal actual, formando parte del interesantísimo Museu de Sant Cugat, se compone de una iglesia abacial resultado de varias fases constructivas que se remontan desde el primer románico hasta la Edad Moderna, del mencionado claustro tardorrománico, del palacio gótico de los abades, y de los restos de las murallas defensivas levantadas en torno al cenobio, también de cronología bajomedieval.
Breve aproximación histórica
A
juzgar por los distintos restos arqueológicos aparecidos en
torno al actual conjunto monacal, es más que probable que,
una vez fue oficializado el Cristianismo en todo el Imperio Romano,
los restos del Castrum Octavianum fueran reaprovechados para una primitiva
construcción paleocristiana del siglo V destinada a albergar
y venerar las reliquias de mártires cristianos, probablemente
entre ellas las de San Cucufate (Sant Cugat en catalán, martirizado
en tiempos de Diocleciano). Esta modesta construcción, ampliada
en el siglo VII, quedaría parcialmente destruida a principios
de la octava centuria tras una primera invasión sarracena.
Sin que exista fuente alguna que lo constate, la tradición atribuye a Carlomagno la fundación en Sant Cugat de una primera comunidad religiosa regida por la regla benedictina hacia el año 785, una vez que las tropas francas habían conseguido expulsar al invasor sarraceno de territorios catalanes.
Pero
más allá de interpretaciones de tipo legendario, lo
cierto es que hay que remontarse al año 877 para encontrar
la primera noticia documental sobre el monasterio de Sant Cugat: se
trata en concreto de la confirmación de una serie de donaciones
al cenobio por parte del monarca Carlos el Calvo. Solo un año
después, su hijo y sucesor Luis II el Tartamudo, pondría
el monasterio, regido entonces por el abad Ostofred, bajo la protección
de los obispos de Barcelona, viviendo así una primera etapa
de esplendor.
Durante la última década del siglo X, todo el poder que Sant Cugat había venido acaparando durante la Alta Edad Media catalana se vio bruscamente truncado tras la destructiva campaña del caudillo árabe Almanzor por tierras de Barcelona, quedando seriamente dañado el monasterio tras ser asesinada toda la comunidad con el abad Juan a la cabeza.
Hacia
el año 986 bajo el mando del abad Oden y merced al patrocinio
del rey Lotario, el cenobio vallesano fue reconstruido de su ruina
y consiguió recobrar poco a poco su poder, siendo objeto a
partir de entonces de una serie de ampliaciones entre los siglos XI
y XII gracias a la empresa de abades relevantes como Gutard o Ermengol.
Así, ya entrado el siglo XI fueron erigidos un primer claustro
-hoy desaparecido- y la torre campanario, cuyo cuerpo bajo original
aún es visible.
Durante la duodécima centuria el monasterio de Sant Cugat se confirmó como uno de los más importantes de la Cataluña condal, ampliando notablemente sus dominios y siendo incluso escenario de celebraciones relevantes como reuniones de cortes, casamientos reales, concilios, etcétera. Por todo ello, aprovechando tiempos de bonanza económica, fue ampliada la iglesia y, ya a finales del siglo XII, levantado el nuevo y hoy celebérrimo claustro.
A partir del siglo XIII y durante el siglo XIV, el cenobio entró en un periodo de decadencia, viéndose obligado a vender una serie de posesiones y heredades para poder ser costeadas las obras de cubierta de las naves, la fachada principal y la linterna que corona el crucero.
En 1356 como consecuencia de la inestabilidad social que asolaba a una Cataluña inmersa en innumerables refriegas, sobre todo de carácter nobiliario, el monasterio fue fortificado.
Ya en fechas más recientes, en cenobio sancugatés sufriría importantes desperfectos durante la Guerra de Sucesión Española, sobreviviendo desde entonces humildemente su comunidad monástica hasta que en 1835, como consecuencia de la Desamortización, fue exclaustrado, pasando el edificio, a partir de ese momento, a desempeñar sucesivamente las funciones de escuela, de ayuntamiento y de sede de la policía local hasta que, en 1931, fue declarado Monumento Histórico Artístico y sometido a una profunda y acertada restauración.
El Monasterio de Sant Cugat
Como quedó señalado anteriormente, el Monasterio de Sant Cugat del Vallés se presenta a día de hoy como una amalgama de estilos fruto de las diversas obras de ampliación y remodelación de las que fue objeto a lo largo de su dilatada historia.
Así, amén de los distintos vestigios romanos, paleocristianos y prerrománicos consolidados que encontramos a lo largo y ancho del conjunto, observaremos a continuación cómo en Sant Cugat se conservan elementos de los tres periodos en los que, tradicionalmente, se ha venido estructurando el estilo románico: primer románico o protorrománico (torre - campanario), románico pleno (cabecera) y tardorrománico (claustro), sin obviar, por supuesto, las cubiertas, cuyos modelos responden ya a las fórmulas tradicionales de un incipiente estilo gótico.
La iglesia
La
actual iglesia monacal, erigida aproximadamente a mediados del siglo
XII sobre los restos de una estructura anterior, consta de tres naves
de similar altura separadas entre sí por arcos apuntados que
descansan sobre recios pilares de sección cruciforme. A continuación,
un transepto no marcado en planta da paso a una cabecera triabsidial
en la que el ábside central presenta planta poligonal, mientras
que los laterales, de menor relieve, responden a la prototípica
tipología semicircular.
Dichos ábsides, al exterior, se asientan claramente sobre los restos del primitivo castro romano, siendo llamativa la articulación de sus cornisas a base de arquillos ciegos que descansan alternativamente sobre ménsulas y columnas dotadas de su correspondiente capitel, evocando de una manera muy evolucionada a los clásicos modelos lombardos del primer románico, tan frecuentes en la geografía catalana.
Al interior, puede apreciarse como las cubiertas de las naves y del transepto, de crucería nervada, se adscriben ya a un periodo gótico, lo mismo que el elegante cimborrio ochavado levantado sobre pechinas coronando el crucero y abierto al exterior mediante esbeltos ventanales ojivales. También gótico y fruto de una reforma tardía es el vano apuntado horadado en el ábside mayor, gracias al cual, se dota a la cabecera de mayor luminosidad.
Al
costado meridional de la iglesia, justo a la altura del falso crucero,
se eleva la magnífica torre campanario, erigida hacia el año
1063 y cuya estructura fue respetada pese a las sucesivas reformas
acometidas. Responde al clásico modelo del primer románico
catalán, de estructura prismática y articulada al exterior
mediante registros de arquillos lombardos y lesenas verticales, quedando
coronada por unas singulares almenas escalonadas que se repiten a
lo largo de todo el edificio.
A los pies del templo se dispone su fachada principal, construida bien entrado ya el siglo XIV y estructurada en tres calles verticales que se corresponden perfectamente con las tres naves en que se divide el espacio interior. El vano de entrada, apuntado y enmarcado en un breve gablete triangular, se habilita en la calle central, justo por debajo del espectacular rosetón circular de tracería que preside la fachada flanqueado por otros dos de menor relieve y coincidentes con las naves laterales.
A
la riqueza arquitectónica de la que, ya de por sí, puede
enorgullecerse el cenobio sancugatense, hay que sumarle la magnífica
colección de pintura religiosa y bienes muebles conservados
en su interior, principalmente en las capillas abiertas a la nave
colateral sur.
El claustro
El claustro del Monasterio de San Cugat es, sin duda, el punto de mayor interés artístico de todo el cenobio, pudiendo incluso vanagloriarse de constituir uno de los más ricos, completos y mejor conservados espacios claustrales de todo el románico catalán y, por qué no decirlo, de toda la Península Ibérica.
Se ubica al costado norte de la iglesia, justo en el mismo solar en que se erigiría un primer oratorio visigótico cuyos vestigios son aún perceptibles tras la última restauración. Vendría a sustituir también a un claustro anterior levantado, como se ha citado anteriormente, a principios del siglo XI por obra del Abad Gutard.
El conjunto actual está formado por un primer piso de cronología románica, que es el que nos va a ocupar a continuación; y un segundo piso del siglo XVI fruto de una de las múltiples renovaciones y ampliaciones que sufriría el monasterio durante la Edad Moderna.
La
parte románica del claustro sería iniciada hacia los
últimos años del siglo XII, como puede atestiguarse
a partir de un legado testamentario de Guillem de Claramunt fechable
en 1190. Aún así, es posible que las obras del mismo
se dilatasen en el tiempo pudiendo concluirse bien entrada la decimotercera
centuria.
Consta de cuatro pandas o crujías de quince arcos de medio punto divididas, cada una de ellas, en tres sectores de cinco tramos de arcos de medio punto sobre columnas separados entre sí por potentes pilares a los que, igual que en los angulares, adosan sus consiguientes pares de columnas con sus respectivos capiteles.
Coronando el primer piso claustral se despliega, a lo largo de sus cuatro crujías exteriores, un registro horizontal de arquillos ciegos sobre ménsulas figuradas de cierto de sabor lombardo, un motivo que emparenta inconfundiblemente este claustro con sus homónimos de la Catedral de Girona y de Sant Pere de Galligans.
Diversos estudios estilísticos y técnicos han distinguido en el claustro dos fases constructivas bien diferenciadas: una primera, encuadrable cronológicamente a finales del siglo XII, que correspondería a las pandas Norte, Este y Oeste; y una segunda, algo más avanzada, que afectaría al sector Sur, el cual sería finalizado ya en el siglo XIII.
Una
de las circunstancias que han hecho del claustro del Monasterio de
Sant Cugat una obra tan relevante dentro del contexto románico
español, es el conocimiento acerca de su artífice, de
nombre Arnau Cadell, quien además de dejar constancia de su
autoría con su firma en uno de los pilares angulares del conjunto,
llegó incluso a representarse a sí mismo trabajando,
circunstancia absolutamente excepcional en un mundo románico
en el que, salvo contadas excepciones, la mayoría de obras
son anónimas.
Concretamente, tanto firma como autorretrato se encuentran
en el pilar nororiental del espacio claustral, pudiendo leerse:
"HEC EST ARNALLI
SCULTORIS FORMA CATELLI
QUI CLAUSTRUM TALE
CONSTRUXIT PERPETUALE"
Cuya
traducción sería: "Esta es la figura del escultor
Arnau Cadell, que tal claustro construyó a perpetuidad".
El repertorio escultórico plasmado por Arnau Cadell, sus colaboradores y discípulos del taller, así como sus sucesores, se sitúa en las cestas de los nada menos que 144 capiteles que conforman el programa, los cuales, se acomodan sobre los 18 pares de columnas que conforman cada una de las pandas, 36 de los cuales se presentan adosados a los pilares tanto intermedios como angulares.
En
cuanto al programa iconográfico se refiere, podríamos
establecer una primera división temática entre los capiteles
interiores de la galería, y aquéllos que se orientan
al exterior del espacio claustral.
Los exteriores, visibles solamente desde el espacio ajardinado,
presentan en su mayoría una formulación corintia a base
de motivos vegetales, apareciendo residualmente alguna composición
de tipo zoomorfa o antropomórfica, siempre en convivencia con
los omnipresentes zarcillos o tallos vegetales.
Mucho mayor interés presentan los capiteles interiores de la galería, visibles, por lo tanto, desde el espacio procesional de cada una de las crujías, apareciendo, además de composiciones vegetales similares a los exteriores, numerosos y variadísimos motivos animalísticos (reales y fantásticos), escenas monacales y de corte costumbrista, episodios de lucha entre caballeros o entre guerreros y animales y, mucho más interesantes: fantásticas escenografías figurativas tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento.
La
panda Norte, dispuesta junto a unos restos reaprovechados de posible
cronología prerrománica, es quizás la menos rica
en cuanto a figuración de los capiteles se refiere, repitiéndose
de manera reiterada las composiciones vegetales en las que, en algunos
casos, aparecen en convivencia con alguna especie animal: principalmente
aves aunque también son reconocibles toros, leones e, incluso,
algunos seres fantásticos como grifos o dragones.
La única excepción a esta temática en esta panda Norte la constituyen dos escenas de lucha, otras tantas representaciones de tipo monacal, y una curiosa composición en la que dos personajes parecen estar aprisionados por tallos vegetales.
La panda Este, contigua a la antigua sala capitular -hoy convertida en Capilla del Santísimo- presenta como principal interés la ya citada inscripción acompañada del autorretrato del maestro escultor Arnau Cadell, la cual se adapta al espacio entre los dos capiteles adosados al gran pilar angular.
A
continuación, se suceden las escenas vegetales y zoomorfas,
siendo mucho más variado respecto a la galería anterior
el repertorio de seres representados, entre los que se pueden reconocer
aves picoteando frutos, gallos enfrentados, algún león
aislado, águilas con liebres aprisionadas en sus garras, dragones,
grifos e, incluso, alguna sirena-pájaro.
Hacia aproximadamente el centro de la galería, volvemos a encontrar ese curioso capitel en el que un personaje aparece atrapado entre tallos vegetales. También aparecen las conocidas luchas de guerreros, así como una graciosa escena en la que cuatro danzarinas bailan al son de las notas de otros tantos músicos.
En
el último tramo de arcos de esta galería oriental, junto
antes del pilar que la conecta con la panda meridional, aparecen tres
capiteles con escenas religiosas perfectamente identificables: el
Lavatorio de los pies de Jesús a los Apóstoles, el Ciclo
de la Navidad (Anunciación, Nacimiento y Epifanía cada
una en una cara), y la Presentación de Jesús en el Templo.
En
todas ellas, como será denominador común a lo largo
y ancho de todo el claustro en capiteles antropomorfos narrativos,
se repite una idéntica composición en la que el personaje
principal de cada escena aparece bajo una estructura semicircular
a modo de arco con fondo avenerado, disponiéndose, a modo de
separación en las zonas angulares de las cestas, estructuras
arquitectónicas a modo de pequeñas torretas.
La panda Oeste se caracteriza principalmente por la proliferación de escenas de lucha en sus capiteles, variando en cada una de ellas el número y la naturaleza de los contendientes: hombre contra caballero, dos hombres entre sí armados con cuchillos, hombre contra animales, etcétera.
Especialmente curioso es un capitel en el que aparecen tres personajes, dos de ellos con corderos cargados a sus hombros, siendo mordidos por perros. Llaman también la atención dos capiteles muy parecidos entre sí en el que fueron plasmados dos individuos portando una tina de madera.
Hacia
el centro de la galería, y perfectamente contextualizado dentro
de una sucesión narrativa en la que, como señalábamos,
predominan las escenas de luchas y combates, reconocemos el episodio
de Sansón desquijarando al león desdoblado en dos escenas.
Por último, reseñar también, en uno de los extremos
de la galería, el pasaje del rico Epulón y el pobre
Lázaro.
La
panda Sur, algo más tardía que las tres anteriores,
es la más rica en cuanto a escenas narrativas de tipo religioso
se refiere, apareciendo en primer lugar composiciones basadas en el
Antiguo Testamento y rematando con varios pasajes alusivos a la Vida
Pública de Cristo.
Comenzando la lectura por el ángulo suroriental, se inicia la secuencia narrativa con la escena de Daniel en el foso de leones, clara prefigura de Cristo. A continuación, sin solución de continuidad, los tres siguientes capiteles interiores de la galería tienen como protagonistas a distintos personajes del Antiguo Testamento como son Adán y Eva, Noé y Abraham.
En
los tres casos, se repite el recurso de reservar para cada una de
las cuatro caras del capitel distintos momentos de la vida de los
respectivos protagonistas. De este modo, en el dedicado a Adán
y Eva se adivinan los pasajes de la advertencia de Dios, el Pecado
Original y la reprobación divina; en el Ciclo de Noé
los del diluvio, la construcción del arca, la viña y
sus descendientes; y por último, en el Ciclo de Abraham, la
recepción angélica, el lavatorio y el convite.
En el tramo central de la panda Sur, con la única excepción del primer capitel, dedicado a la Matanza de los Inocentes y la Huída a Egipto, cobra protagonismo el Ciclo de la Vida Pública de Cristo, representándose el Milagro de los Panes y de los Peces, La Entrada Triunfal de Jesús en Jerusalén y las Tres Marías comprando perfumes primero, y ante el sepulcro en la cara opuesta.
Al igual que en los capiteles de temática narrativa religiosa de las otras tres pandas, en esta galería Sur, pese a ser algo más tardía cronológicamente, fue respetada la estructura común a todo el conjunto, consistente en presentar la escena principal bajo un cuarto de esfera avenerado y flanqueado por torretas angulares.
En
el último sector de la crujía sur, tras dos capiteles
vegetales acompañados de aves, se retoma la figuración
antropomorfa con las escenas del Bautismo de Cristo, la Vocación
de los Apóstoles, la Traditio Legis, la Incredulidad de Santo
Tomás, la Dormición de María y, por último,
una Psicomaquia o representación alegórica de la lucha
del bien contra el mal.
En resumen, puede decirse que el claustro del Monasterio de Sant Cugat del Vallés es una de las obras cumbre del románico peninsular, primero por lo excepcional de conocer el nombre de su artífice, quien además tuvo la personalidad de autorretratarse a sí mismo; y segundo, por conservar un magnífico repertorio escultórico de temática vegetal, un completísimo bestiario tanto real como fantástico, así como un meritorio catálogo narrativo de iconografía bíblica.
Otros elementos de interés
Completan el conjunto monacal de Sant Cugat del Vallés, además de numerosas capillas auxiliares de la Edad Moderna, dotadas la mayoría de ellas de riquísimos bienes muebles; un recinto amurallado defensivo y un palacio abacial, ambos equipamientos erigidos durante el siglo XIV.
Las
murallas, conservadas en relativo buen estado, sobre todo en su tramo
más próximo a la cabecera, fueron erigidas durante el
siglo XIV como defensa preventiva del cenobio ante la oleada de inseguridad
que azotó el bajomedievo catalán.
Igualmente, el Palau Abacial, contiguo al cinturón amurallado, del que incluso aprovecha alguna de sus torres, fue también erigido durante la decimocuarta centuria, aunque posteriormente, en concreto en el siglo XVIII, fue sometido a una profunda reforma pese a la cual, aún se aprecian las características propias de la arquitectura señorial gótica catalana.
(Autor del texto del artículo/colaborador
de ARTEGUIAS:
José Manuel Tomé)