Monasterio de San Pedro de Rocas
Historia del Monasterio
Resulta
sorprendente la visita al antiguo eremitorio de San Pedro de Rocas
(Ourense). El paisaje, marcado por el aislamiento y soledad, nos
lleva a los remotos tiempos en que los ermitaños y anacoretas
ocupaban los escondidos parajes de la Ribera Sacra.
Se cree que el origen del Monasterio que allí hubo se remonta al siglo VI, por una lápida con inscripción, en ella figuran los nombres de siete varones que se refugiaron aquí para consagrarse a la vida monástica entonces extendida por Galicia. El año de la inscripción es el de 573, que supone una prueba de la existencia de la vida cenobítica en Galicia anterior a los Monasterios mozárabes y a los fundados por San Fructuoso.
Este
primitivo Monasterio desapareció, quedando desierta su iglesia,
hasta que en tiempo de Alfonso III, (finales del siglo IX y comienzos
del X), un caballero llamado Gemondo descubre este lugar y
se retira para hacer vida de oración y penitencia, al que se
le unen otros más creándose una pequeña comunidad
bajo la autoridad del citado Gemondo, como Abad de este recién
creado monasterio.
San Pedro de Rocas es muy favorecido por el propio monarca Alfonso III, que dota a este cenobio de grandes donaciones que son confirmadas por Alfonso V, a las que siguieron de otros reyes como Alfonso VII, Fernando IV y Enrique III.
Durante
siglos San Pedro de Rocas para por diversas dependencias. En algunas
ocasiones se vincula a San Esteban de Ribas de Sil, en otros momentos
los priores aparecen como autónomos hasta que en el siglo XV
el Priorato de San Pedro de Rocas queda unido al Monasterio de Celanova
definitivamente.
Tras la Desamortización el antiguo monasterio se convierte en parroquia hasta que incendios y derrumbes de principios de siglo XX casi hacen desaparecer este valiosísimo monumento.
Descripción de la iglesia del Monasterio de San Pedro de Rocas
La
iglesia monasterial, de la que tan sólo quedan las paredes,
fue construida utilizando como uno de los muros el paramento de las
tres capillas trogloditas, que aparecen abiertas en la roca de la
vertiente del monte, como si fuesen construidas para refugio y templo
de los eremitas que allí iniciaron la vida de retiro.
Los arcos de entrada a estas capillas tienen columnas adosadas con nácelas, bezantes y capiteles labrados en la misma roca en que están abiertas las capillas. Una central de mayores dimensiones y dos laterales. La central tiene una abertura circular, como falsa cúpula con linterna, que llega hasta la cumbre de la montaña, recibiendo por ella la luz del día. Las laterales están cubiertas con bóvedas de medio cañón, que es la forma dada a la roca en la parte superior de las tres capillas.
También sorprenden además otros pequeños detalles que encontramos en las sepulturas antropoides labradas, formando línea, en las rocas existentes en el lugar destinado a cementerio de los monjes. Son el testimonio arqueológico de una antigüedad impresa en las capillas hipogeas, reliquia única de la vida eremítica existente en Galicia en el siglo VI. A esto cabe unir la originalidad de la gran roca utilizada como campanario, en medio del amplio valle.