Monasterio de Santa María de Ferreira de Pallares
Introducción
El Monasterio de Santa María de Ferreira de Pallares se levanta en el corazón de la campiña lucense, dentro del Concello de Guntín y a escasos 20 kilómetros al sureste de la ciudad de Lugo, distando a su vez apenas una decena de kilómetros en línea recta del Camino de Santiago.
Los orígenes de este cenobio de génesis familiar y fundado por el Conde Ero Fernández y su esposa Elvira se remontan nada menos que a finales del siglo IX, apareciendo su primera mención documental durante la primera mitad del siglo X en forma de una generosa donación de la hija política de estos, de nombre Laura. No es descartable incluso que los orígenes pudieran ser aún más antiguos a juzgar por varios sillares de estética visigoda hoy empotrados en la aneja casa rectoral.
Hacia el año 1110 el cenobio crecería considerablemente hasta adoptar la Regla Benedictina, convirtiéndose durante todo el siglo XII y principios del XIII en objeto de todo tipo donaciones y privilegios por parte tanto de la realeza como de distintas casas nobiliarias gallegas. Tal fue la importancia y la influencia que llegó a ostentar, que fue objeto de un sonado conflicto entre las mitras lucense y ovetense por su titularidad, resolviéndose a favor de la primera.
Ya en la Edad Moderna, concretamente en 1517 pasó a depender del Monasterio de San Julián de Samos, transcurriendo la vida monástica hasta su exclaustración en 1835 como consecuencia de la Desamortización de Mendizábal, tras la cual, la iglesia pasó a funcionar como parroquia de la aldea aledaña, y el resto de dependencias monacales fueron irremediablemente deteriorándose y sufriendo un lento proceso de degradación y abandono contra el que aún hoy su párroco y la asociación de amigos constituida en torno al monasterio, tratan de paliar.
La iglesia monacal
Nave y cabecera
Por todos estos avatares, a nuestros días y gracias a que tras la Desamortización rápidamente pasó a detentar función parroquial, el elemento que mejor ha llegado a nuestros días es la iglesia monacal, de una única y amplia nave rectangular cubierta con techumbre de madera a dos aguas reforzada por fajones apuntados que descansan sobre columnas lisas y capiteles de esquemática decoración vegetal.
El presbiterio, delimitado por una reja dieciochesca procedente del Monasterio de Samos, abre mediante un arco triunfal de ligerísimo perfil apuntado tras el cual, un tramo recto de dos tramos separados por un fajón sobre ménsulas y techado mediante bóveda de cañón, antecede al hemiciclo absidial.
El exterior, el ábside se articula en tres paños separados por columnas, abriéndose en el centro de cada uno su respectivo ventanal de medio punto.
En la actualidad, debido a la presión de las bóvedas, el exterior de la cabecera pierde su armonía debido a la adición de potentes contrafuertes.
Puertas
La portada principal de la iglesia se abre en el costado occidental, protegida por un pórtico moderno y a los pies del típicamente gallego campanario barroco.
Es de monumental factura, muy bien trabajada. Despliega un guardapolvo taqueado y tres arquivoltas apuntadas que abrazan un tímpano liso y descansan sobre columnas culminadas con capiteles mayoritariamente vegetales, si bien hay uno con dos leones de cabeza común y una pareja en la que se esculpieron sendas cabecitas humanas entre volutas.
Junto a ella, se observa una lápida de consagración (referente a alguna ampliación) con la fecha de 1226 y el nombre de Fernandus Johannis.
Conserva la iglesia de Ferreira otras dos portadas más, una orientada al lado norte hoy cegada y bastante más sencilla: sólo una pareja de columnas y tímpano liso.
La tercera puerta cumplía las funciones de acceso al claustro en el que llama la atención un encantador Agnus Dei en su tímpano.
Aneja al altar mayor y cumpliendo hoy la función de sacristía fue construida ya en época gótica la capilla-panteón de los Condes de Taboada, conservándose bajo sendos arcosolios apuntados sus efigies yacentes sobre sus sepulcros cuajados de motivos heráldicos.
En cuanto al resto de equipamientos monacales, como hemos señalado, fueron perdiéndose tras la exclaustración del cenobio con motivo de la Desamortización, conservándose tan solo parte de su sencillísimo claustro renacentista.
(Autor del texto del artículo/colaborador
de ARTEGUIAS:
José Manuel Tomé)