Introducción a la historia del Imperio Almorávide y su dominio en Al-Andalus
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Según
Emilio Cabrera, "las campañas de los musulmanes en el
norte de África - con la conquista de Cartago y, posteriormente,
de la Península Ibérica - son, en gran parte, el resultado
de una nueva orientación estratégica como consecuencia
de su fracaso ante los muros de Constantinopla", de modo que,
la conquista del África bizantina respondió a la necesidad
que tenían las clases dirigentes islámicas de proyectar
las energías de las belicosas tribus arábigas, cuya
adhesión al Islam dependía, precisamente, del éxito
militar y la consiguiente captura de botín y recursos fiscales.
Así, Chalmeta señala que "el problema esencial
que se plantea entonces, por todo el orbe musulmán, será
una cuestión de reajuste entre las tropas y el fluir continuo
de nuevos inmigrados árabes".
Efectivamente, tras la conquista del Norte de África y la incorporación de los no menos belicosos bereberes al Islam, los poderes musulmanes precisaron de más conquistas con las que canalizar y aglutinar a los recién conquistados: sólo la obtención de botín podría evitar que los bereberes rechazaran el Islam y expulsaran a los árabes del Norte de África, botín que se obtendría, por ejemplo, a costa de la invasión de la Hispania visigoda o de Sicilia y la Italia meridional a partir de 827, cuando la dinastía aglabí de Kairwán se viera obligada a proyectar a milicias árabes y bereberes al exterior, adelantando en algunos siglos un fenómeno muy similar protagonizado, en este caso, por los normandos. O, en definitiva, lo que harían idrisíes y los rustemíes en el África subsahariana; precisamente, la apertura, control y consolidación de las rutas transaharianas resultaba crucial para la supervivencia y desarrollo de estas dinastías norteafricanas y las tribus bereberes que las sostenían, enfrentadas entre sí por el dominio de las mismas, en especial por enclaves como Sidjilmasa y Audoghast y las rutas que llevaban a las salinas saharianas de Idjil, Tagza o Taudeni o a Ghana - país del oro -.
Los
productos que fluían por dichas rutas comerciales - especialmente,
oro, marfil, sal y esclavos - sostendrán el desarrollo económico
del califato omeya a donde llegaba buena parte de los mismos que,
a su vez, era expedido a Europa. De ahí las interrelaciones
existentes entre uno y otro lado del Mediterráneo.
El mosaico étnico y religioso del Islam norteafricano
La fulminante conquista árabe de Oriente y la cuenca mediterránea meridional no podía acabar con un mundo tan complejo, dinámico y agitado como era el dominado por el califato omeya de Damasco. Solo la terrible experiencia hilalí agostaría un mundo que siempre se había caracterizado por la fragmentación política y religiosa. Desde los inicios de la dominación musulmana del Norte de África, el Magreb se había visto sacudido por querellas religiosas, siendo el caso de la ciudad de Sijilmasa un buen ejemplo de ello: ciudad fundamental en el comercio entre el África subsahariana y el Mediterráneo, será objetivo de todos los poderes musulmanes - omeyas, fatimíes, abbasidas, etc. - , escenario de luchas entre chíies, jarichíes y sunníes y de enfrentamientos entre tribus y clanes bereberes.
Y
es precisamente en Sidjilmasa, terminal septentrional de las rutas
transaharianas del oro y centro redistribuidor de mercaderías
hacia el Mediterráneo, como hemos mencionado más arriba,
donde el letrado malikí Ibn Yasin, entrará en contacto
con Yahia Ben Ibrahim, miembro del clan de los Lamtuna y que, tras
una peregrinación a La Meca había vuelto imbuido de
una ardorosa fe.
Los inicios del movimiento almorávide
El carácter desetabilizador del radical discurso que difundían ambos bereberes generó un gran rechazo en una ciudad muy sacudida por las querellas religiosas, de modo que hubieron de abandonarla instalándose en Senegal, concretamente a una isla donde fundarán un convento-fortaleza que dará nombre al movimiento: almorávide deriva de al-Morabitum, los que viven en el convento, si bien, este tipo de establecimientos existían también en otros lugares de la geografía islámica.
Poco
a poco, fueron reuniendo en torno a sí a seguidores, pero
fue la unión de otro clan bereber, los lemtas, lo que contribuirá
a fortalecer decisivamente al grupo: los clanes bereberes de la
zona, recientemente islamizados, eran muy permeables al mensaje
rudo, sencillo y austero que lanzaban los almorávides, pero
no debemos olvidar que los almorávides tenían como
objetivo regenerar el Islam y acabar con los infieles y los musulmanes
laxos y moderados: era un aglutinante magnífico y una justificación
perfecta para que los clanes bereberes del suroeste africano iniciaran
un movimiento expansionista, logrando el dominio, no solo de la
terminal meridional del comercio transahariano - Audoghast y Ghana
-, sino de las terminales septentrionales e incluso de al-Andalus,
como centro redistribuidor de mercancías africanas en Europa.
Las
aspiraciones materiales de los clanes bereberes serían además
aprovechadas y canalizadas por los letrados malekíes que
temían tanto el herético jarichismo imperante entre
los bereberes, como amenaza chíi que representaban los fatimíes,
como, en fin, la laxitud y el descreimiento de los musulmanes andalusíes:
el movimiento almorávide, firmemente sunní y malekí,
podría ser utilizado para consolidar dichas posiciones jurídico-teológicas
en el Mediterráneo occidental, de modo que prestarían
su influyente apoyo al naciente movimiento.
Así
fortalecidos, los almorávides se sentirán, a partir
de 1042, con fuerza suficiente como para iniciar una auténtica
guerra santa. Esta ofensiva, no obstante, no se dirigió sino
a los puntos más sensibles para el comercio afro-mediterráneo:
Con la conquista de estos enclaves, los clanes bereberes lograban unificar un espacio económico especialmente sensible para al-Andalus, cuyo comercio y riqueza dependían, en muy buena medida de estas rutas.
La situación en al-Andalus
Tras el periodo amirí y la abolición del califato omeya de al-Andalus, esta quedó fragmentada en diversos estados autónomos cuya aparición no era reflejo sino de las tensiones religiosas, étnicas, etc. existentes en el Islam hispánico desde el tiempo de la conquista. Dicha situación de fragmentación política sería aprovechada por los estados cristianos que, tras décadas de amenaza, se veían no sólo liberados sino con fuerzas suficientes para avanzar sobre el territorio islámico: así, en 1085, se producirá uno de los acontecimientos más importantes del proceso de Reconquista, la toma por parte de Alfonso VI de Toledo, tras la llamada de auxilio de una de las facciones que pugnaba por el control de la taifa.
Ciertamente,
la toma de Toledo inquietó al resto de las taifas - la toma
de la antigua capital del Reino visigodo podía dar pie a
los monarcas cristianos a reivindicar todo el territorio que formara
parte del mismo y, pronto, Alfonso VI comenzó a dar muestras
de ello al reclamar a al-Mutamid de Sevilla fortalezas que habían
pertenecido en algún momento de la taifa toledana -.
La conquista almorávide de al-Andalus
La reclamación realizada por Alfonso VI sobre las plazas sevillanas y el hecho de que amenazara también con tomar Córdoba y Zaragoza, determinaron a los taifas de Sevilla, Granada y Badajoz a invitar al almorávide Yusuf ben Tashfin a pasar a la Península - algo que los almorávides esperaban con ansiedad hacer, de grado o por fuerza, mucho antes de que Toledo cayera en manos cristianas, a tenor de las operaciones preparatorias realizadas con la toma de Melilla en 1077 y Ceuta en 1084 -.
Los
ejércitos musulmanes inflingirían una terrible derrota
al monarca leonés en Sagrajas (octubre de 1086) y solo un
hecho fortuito - la muerte del hijo y heredero de ben Tashfin -
obligaría al almorávide a regresar a África
para asegurar la estabilidad y continuidad del imperio, salvando
así la ciudad de Toledo y, en buena medida, a todo el reino
cristiano.
La situación de equilibrio se había restablecido en la Península, pero los almorávides no pretendían ser meras fuerzas auxiliares de las taifas, ni siquiera sostenerlas, sino incorporarlas al sistema económico y militar del imperio almorávide, de modo que, aprovechando el descontento existente entre los musulmanes andalusíes por la cada vez mayor carga tributaria, los norteafricanos decidieron dar un golpe de fuerza e invadir las taifas.
Los
gobernantes musulmanes de las mismas, habían llamado a los
almorávides sólo para frenar los ímpetus de
leoneses y castellanos, pero ante la perspectiva de verse sometidos
por el rigorismo fanático de los almorávides, decidieron
ahora pedir ayuda a Alfonso VI y a otras taifas conscientes de lo
que la dominación bereber supondría. Sin embargo,
una a una, las taifas de Granada, Badajoz, Córdoba, Málaga
o Sevilla fueron cayendo entre 1090 y 1091 en manos bereberes. Otra
importante taifa sobre la que aspiraban imponer su dominio los almorávides,
Valencia, sería protegida por Rodrigo Díaz de Vivar,
el Cid, si bien, en 1102, poco después de su muerte, la posición
de los cristianos se hizo insostenible viéndose obligados
a evacuar la ciudad.
Pocos
años después, se producía un nuevo revés
en Uclés (1108), especialmente grave por cuanto en la misma
moriría el heredero de Alfonso VI, Sancho Alfónsez,
nacido de la unión del monarca castellano con una princesa
sevillana, Zaida-Isabel: la derrota, la pérdida del heredero
y el deterioro del monarca generaron gran inquietud en el reino,
por ejemplo en Galicia, que comenzó a agitarse. Ante esta
alarmante situación, se optó por casar a la primogénita
del rey, Urraca, con el único monarca cristiano que estaba
dando muestras de autoridad y capacidad militar, Alfonso I el Batallador
de Aragón. A pesar de las tensiones y enfrentamientos que
este matrimonio provocó en Castilla, las victorias del Batallador
supusieron un respiro para los cristianos, que veían esperanzados
cómo el aragonés se permitía incluso llegar
a las Alpujarras y Motril, u ocupar Zaragoza (1118). Sería
durante la campaña andaluza, cuando el Batallador traería
consigo a unos catorce mil cristianos mozárabes que habían
sufrido desde 1090 la intolerancia y persecución de los almorávides,
los cuales, culminaron su obra de erradicación del cristianismo
andalusí con la deportación de los supervivientes
al Norte de África.
El
fin de la dominación almorávide
Con la separación de Urraca y Alfonso I, y en consecuencia de Castilla y Aragón, el Batallador se había visto libre para emprender las victoriosas campañas que hemos mencionado, aliviando la presión sufrida por los cristianos españoles. Sin embargo, Alfonso VII de Castilla, hijo de Urraca, era consciente de que este método era lento y podría llegar a ser contraproducente: a pesar de los síntomas de debilidad que mostraba el imperio almorávide, a los cristianos no les sería posible infligir un golpe suficientemente contundente como para despejar la amenaza que se cernía constantemente sobre ellos; era preciso contar con el concurso de los propios musulmanes andalusíes.
Éstos,
por su parte, acusaban el fanatismo almorávide, el creciente
despotismo, el incremento de las cargas impositivas o el progresivo
deterioro de la economía andalusí. Por eso, Alfonso
VII consideró suscitar un líder musulmán, pero
refractario a los almorávides e imbuido de un ideal andalusí
bien diferenciado del Magreb. Así, el apoyo cristiano a una
jefatura musulmana capaz de movilizar a los andalusíes, y
las ansias de estos de sacudirse el yugo almorávide, facilitaron
la elección de Zafadola, descendiente del prestigioso linaje
de los Banu Hud y de Abd el Malik, que había rechazado siempre
la soberanía almorávide, como candidato a convertirse
en el aliado del castellano en su lucha contra los almorávides.
Los cristianos debían demostrar - y así lo hicieron con las campañas de 1132 que, partiendo de Toledo y Salamanca, alcanzaron el Guadalquivir -, que los almorávides ya no tenían fuerza para resistir el avance cristiano, a la par que los agentes del Banu Hud agitaban a los musulmanes hispánicos contra los tiránicos y ahora también inoperativos bereberes. Sin embargo, a los agentes de Zafadola, se habían sumado los seguidores de un nuevo movimiento religioso de origen bereber, los almohades.
Este movimiento, nacido también en el Sáhara, logrará derrotar a los almorávides en el Magreb, obligando a las tropas establecidas en al-Andalus a trasladarse al otro lado del Estrecho, para proteger la capital Marraquech y, sobre todo, los territorios que conectaban con el África subsahariana, la fuente de su inicial poderío.
Con
la retirada de las tropas almorávides de la Península,
surgirán diversos poderes territoriales que sumirán
al-Andalus en el caos, dado que la mayor parte de ellos no reconocerán
la autoridad de Zafadola, un líder, al fin y al cabo, suscitado
por el rey cristiano Alfonso VII. Enfrentados entre ellos y amenazados
por la presión cristiana, muchos musulmanes andalusíes
consideraron la posibilidad de llamar en su auxilio a los almohades,
si bien, el reciente trauma que había supuesto la dominación
almorávide llevaba a los poderes andalusíes a ser
cautos; de hecho, las represalias llevadas a cabo por la avanzadilla
almohade establecida en la Baja Andalucía provocaron una
gran revuelta contra los mismos y el temor a un nuevo período
de oscuridad. Sin embargo, en 1150 los almohades resolvieron ocupar
al-Andalus, con o sin el concurso de los poderes musulmanes de España:
se iniciaba así la dominación almohade de al-Andalus.
Mientras tanto, los almorávides supervivientes mantenían algunos enclaves en en Ifriqiya y en las Baleares, desde donde seguirían hostilizando a sus, ahora, más encarnizados adversarios, los almohades, los cuales, entre 1187 y 1203 acabarían por tomar Mallorca y empujar a los almorávides a Libia.
Autor del artículo/colaborador de ARTEGUIAS:
Jorge Martín Quintana)