Sociedad feudal en la Alta Edad Media
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Origen de la sociedad feudal
El feudalismo como institución surge como consecuencia
de la crisis vivida por la sociedad del Bajo Imperio Romano. La situación
de inseguridad subsiguiente a éste condujo a los jefes germánicos
a la necesidad de rodearse de fieles en quienes poder confiar para garantizar
su seguridad personal y como ayuda ante posibles campañas militares.
Este modelo se convirtió con los carolingios en su sistema de
gobierno, de forma que el soberano administraba el territorio mediante
la asistencia de un séquito o "palacio" constituido
por señores territoriales, obispos y abades.
Con el mayor peso de la guerra en esta sociedad, poco a poco se fue primando más a los señores militares, mediante la concesión de posesiones que, en un principio, tenían carácter vitalicio pero que, con el tiempo, se fueron haciendo hereditarias.
Con la Capitular de Quierzy, Carlos el Calvo reconoció como hereditarios también los poderes ejercidos en nombre del rey, de forma que la autoridad pública se vio desmembrada entre un primer nivel de grandes señores. Con esto, el esquema fue reproducido a niveles inferiores, de forma que adquirió una estructura piramidal y fomentó la aparición de una nueva clase de guerreros profesionales o caballeros. Éstos poseían dominios rurales que les garantizaban la conservación de su equipo militar, fundamentalmente el caballo, a cambio de prestar su ayuda cuando el señor superior lo necesitara.
Elementos de la sociedad feudal
El
feudalismo es un fenómeno propio del reino franco, es decir,
los territorios incluidos entre los ríos Rin y Loira, que se
vio acelerado por las guerras civiles y las invasiones que experimentó
durante los siglos posteriores al Imperio carolingio, y que se articula
alrededor de dos elementos clave, el vasallaje y el feudo. Ante la inseguridad
reinante, muchos propietarios de tierras buscaron el amparo y protección
de otros señores más poderosos, a cambio de cederles su
vasallaje y fidelidad o un censo o gravamen. De esa forma, la pequeña
propiedad pasaba a ser de tipo feudal o censal, respectivamente. Los
señores intermedios entre éstos y la autoridad real fueron
adquiriendo cada vez más poder, tanto sobre la tierra como sobre
los hombres vinculados a ella, de tal manera que paulatinamente fue
desapareciendo la propiedad libre. Para asegurarse la lealtad del vasallo,
el señor le entregaba a cambio un bien de naturaleza real, el
feudo; éste se materializaba en forma de tierras o derechos,
pero nunca con la propiedad plena sobre el mismo.
El acuerdo entre ambos se efectuaba mediante la ceremonia
del homenaje, por la cual el vasallo juraba fidelidad al señor,
y éste lo acogía, ofreciéndole defensa y protección.
La fidelidad estaba generalmente centrada en el campo militar, de manera
que el vasallo se obligaba ante su señor a prestarle asistencia
en caso de guerra, si bien el tipo de ayuda variaba mucho entre lugares
o épocas. Así, podía tratarse, entre otras obligaciones,
de combatir a su lado, prestarle contingentes, simples servicios de
vigilancia, una contribución a las cargas financieras que suponían
las campañas o incluso participar en el pago de rescate en caso
de que aquél fuese capturado. En algunas zonas, como Francia
o Alemania, el vasallo debía asesorar al señor en la toma
de decisiones importantes.
Con el tiempo, el título de propiedad del feudo
pasó a ser hereditario, pero el homenaje debía renovarse
en cada transmisión. Este hecho contribuyó a que se concentrasen
o, según los casos, se fraccionasen los feudos, de manera que
los vasallos principales se convertían a su vez en señores
de otros vasallos de nivel inferior, quienes podían hacer lo
mismo. Así, aparecieron diversas figuras como los alcaides o
castellanos, encargados de la administración y defensa de un
castillo y las tierras que le correspondían, para lo que disponían
también de otros combatientes bajo su mando, o los ministeriales,
jueces, notarios y maiores, figuras todas ellas de tipo civil, encargadas
de representar la autoridad pública en sus distintos órdenes.
Toda esta variedad de personajes conllevó la aparición de jerarquías entre ellos, pero en ocasiones se convirtió en fuente de conflictos, pues se daban casos en que un mismo vasallo lo era a la vez de más de un señor, o que señores de un nivel similar en la jerarquía se enfrentaban entre sí. Para evitar estas situaciones, en la Francia del siglo XII apareció la posibilidad de que un siervo pudiera remontarse incluso hasta el rey, como autoridad superior, al objeto de apelar decisiones de su señor.
La economía feudal
Todo el sistema estaba basado, como vemos, en una asistencia
mutua entre señor y vasallo, la de este último de tipo
militar en la mayoría de las ocasiones; esto implicaba la necesidad
de recursos para sufragar los gastos que suponía el mantenimiento
de un caballo, un castillo o un contingente militar. Por este motivo,
el feudo debía tener capacidad para generar ingresos suficientes
a quien lo detentaba. Sobre el dominio señorial se percibían
unas prestaciones que podían ser en especie o monetarias, como
jornadas de trabajo en las tierras del señor, pago de tributos,
contribuciones y tasas, o por la utilización de determinados
servicios o bienes (molinos, montes, puentes o caminos); con carácter
excepcional, el señor también podía percibir ingresos
por la venta de tierras (laudemio) o la redención de obligaciones
(remensa).
Entre las múltiples figuras que se crearon para
recaudar ingresos, destaca el diezmo, percepción que cobraba
el señor por el mantenimiento y reparación de un templo
que era utilizado por los aldeanos como parroquia. Los señores
feudales no eran siempre militares, sino que la propia Iglesia estaba
también integrada en este sistema. Las catedrales, abadías
y monasterios tenían también posesiones, y el diezmo se
convertía así en una de sus fuentes principales de recursos.
Finalmente, junto con estos derechos económicos claramentepecuniarios, había otros más sutiles, conocidos con el nombre genérico de banalidades, habituales en los siglos XII y XIII. Consistían en la imposición de obligaciones del tipo de acudir exclusivamente al molino de señor, por ejemplo, o prohibiciones de llevar a cabo determinadas faenas del campo hasta una determinada fecha, para que el señor pudiera vender antes su producción. Estos derechos eran más de tipo jurisdiccional, pues eran impuestos directamente por el señor mediante un bando (bannum, de ahí su nombre).